San Antonio de Prado no siempre fue el corregimiento que conocemos hoy. Antes de que las calles, los buses y el comercio llegaran a sus veredas, este territorio era recorrido por caminos de arriería y senderos campesinos que conectaban las montañas con Medellín y con los pueblos vecinos.
Estos caminos no solo servían para transportar productos agrícolas como café, caña, fríjol o maíz, sino que también eran escenarios de encuentro entre familias, comerciantes y viajeros que, a lomo de mula, cruzaban largas jornadas para llevar sus cosechas a la ciudad. Muchos de estos senderos aún existen, convertidos en rutas ecológicas que hoy invitan al turismo de naturaleza y al senderismo.
Pero la historia del territorio va aún más atrás. Investigaciones históricas señalan que antes de la colonización, la región estuvo habitada por pueblos indígenas pertenecientes a la gran familia Ancestral Aburrá, que ocupaba el Valle de Aburrá. Estos pueblos, agricultores y artesanos, fueron los primeros en aprovechar la riqueza de la tierra y los ríos que nacen en estas montañas. Su legado quedó en los relatos orales y en la identidad cultural que hoy conserva el corregimiento.

Los antiguos pobladores indígenas y su legado en San Antonio de Prado.
Antes de que San Antonio de Prado fuera reconocido como corregimiento de Medellín, sus montañas, quebradas y caminos ya estaban habitados y recorridos por pueblos indígenas que dejaron huellas profundas en la historia y en la cultura de la región.
Los principales grupos que habitaron este territorio fueron los Nutabes y los Aburráes, comunidades que aprovechaban la riqueza natural de las montañas para la caza, la pesca y la agricultura. Estos pueblos sembraban maíz, fríjol y yuca, productos que aún hoy son parte fundamental de la vida campesina pradeña.
Aunque en el corregimiento no se conservan restos visibles de casas o esculturas prehispánicas, sí se han encontrado fragmentos de cerámica y utensilios en algunas veredas, testigos silenciosos de la vida cotidiana de estos pueblos. Muchos de estos hallazgos han sido documentados en estudios arqueológicos y forman parte de la memoria histórica de la región.
Uno de los mayores legados indígenas son los caminos antiguos de herradura, senderos de piedra y tierra que servían como rutas de comunicación y trueque entre comunidades. Con el paso del tiempo, estos caminos también fueron usados por colonos y campesinos, y hoy se mantienen como rutas de senderismo y espacios para conectar con la naturaleza.
El legado indígena también se refleja en la toponimia: nombres de veredas, quebradas y montañas conservan raíces de las lenguas originarias, recordándonos que este territorio fue hogar de culturas con una profunda conexión espiritual con la tierra. Así, aunque no haya esculturas en pie ni grandes ruinas arqueológicas, San Antonio de Prado guarda en sus paisajes, en su agricultura y en sus relatos orales la memoria de los pueblos originarios. Su presencia sigue viva, no en monumentos de piedra, sino en las prácticas cotidianas y en la identidad cultural de quienes habitan hoy estas montañas.
